lunes, abril 12, 2010

LA ARQUITECTURA SERÁ SIEMPRE CUESTIÓN DE LENGUAJE


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

Conviene tener cuidado con los juicios y valoraciones que se hacen de la arquitectura actual. Parece que el inevitable cansancio o agotamiento de los distintos lenguajes arquitectónicos que proliferan por el planeta debería ir ligado consecuentemente con un paso atrás del “vedetismo” arquitectónico, auspiciando un cambio de actitud que se instaure en los terrenos de una humilde y austera profesionalidad, renunciando a la “artisticidad” de la arquitectura. “Artisticidad” que para muchas críticas supone el germen de todos los males que rodean a la actividad arquitectónica, y que tan sólo busca de forma narcisista mirarse un ombligo donde la creatividad individual esté por encima de cualquier otra consideración funcional, social o cultural. Las voces que se erigen contra un “monumentalismo” gratuito e innecesario, la falta de sostenibilidad, y las agresiones al entorno y al paisaje ignorando cualquier condición de “lugar” que esta arquitectura grandilocuente representa, son cada vez más numerosas.
Pero como decía Diego Fullaondo con total precisión hace tan sólo unos días en este mismo foro, “la tentación del fundamentalismo aparece siempre en estos momentos de crisis”.
Es ésta una época tremendamente compleja que va dejando atrás una sociedad post-industrial para instaurarse en una incipiente cultura tecnológica y de la información, que no ha hecho más que comenzar. Es lógico, pues, que al igual que ya ocurrió a lo largo del siglo XVIII y gran parte del XIX se solapen en el mundo de la arquitectura multitud de lenguajes, manifestaciones y formas de hacer que pugnan por imponer su presencia y su sofisticada manera de entender el hecho arquitectónico. Las solicitaciones que los distintos rostros del poder político y económico hacen de la arquitectura, unido al alto nivel tecnólogico conseguido, que permite construir lo que hace tan sólo unas décadas eran utopías irrealizables, están terminando de colmatar nuestras ciudades y paisajes de artefactos sofisticados que parecen alejarse frívolamente de lo que el ciudadano necesita realmente de la arquitectura. Ojo, artefactos, no olvidemos, cuyos diseños provienen tanto de un origen racionalista y funcional como de otro formalista y expresivo, y que no me atrevería a decir cuál de ellos resulta predominante.
El estado del bienestar ha favorecido el lenguaje personal del arquitecto sobre cualquier otra consideración arquitectónica, y esa excesiva personalización nos agobia, por exagerada, por frívola, nos cansa, en definitiva. Parece que en este sentido se está produciendo un “cansancio de la formas”, manifestación característica de esta “aldea global” a la que ha llegado nuestra civilización. Este es el momento en que cualquier “iluminado” puede aprovechar el exceso de información arquitectónica a la que nos vemos sometidos, su sofisticado barroquismo, y convertirse en adalid de una nueva moral, apelando a la desaparición, como primera condición de una nueva era arquitectónica, del lenguaje personal del arquitecto.
A estos nuevos moralistas conviene recordarles que gracias a la búsqueda incansable de su lenguaje, la calidad media de la arquitectura ha mejorado notablemente a lo largo del pasado siglo, y que con actitudes narcisistas o sin ellas, las viviendas y los equipamientos de nuestras ciudades y los espacios en que vivimos son cada día mejores. Lo que pasa es que el lenguaje de las cosas y de las formas seguirá siempre existiendo, porque el hombre no puede prescindir de su condición creativa, ni del ser “estético” como uno de los atributos de su existir. Habría que decir, en este sentido, que también hay arquitectos – estrella que se toman las cosas en serio, y es más necesario que nunca, cuando se hace una crítica al star – system de la arquitectura, saber distinguir con profundidad entre un títere de circo y un arquitecto comprometido que sigue investigando y apostando en su quehacer por nuevos lenguajes y horizontes. Si se quiere un ejemplo, yo diría que alguien como Steven Holl es una buena muestra de esto último.
En resumen, vivimos unos tiempos complejos, que requieren una sólida base cultural para discernir entre la bondad o la maldad, la validez o la inconsistencia de cualquier fenómeno que queramos valorar. El lenguaje de la arquitectura no puede convertirse tan fácilmente en chivo expiatorio para los adalides de una moral que busca ensalzar lo contingente, sostenible y en último extremo, anti-artístico, como base redentora de unas manifestaciones arquitectónicas que están llegando a su final por propia y lógica evolución histórica. Moral que, por cierto, no se ha distinguido tampoco hasta ahora por propiciar grandes descubrimientos ni avances demasiado cualitativos a lo largo de la historia, y que como toda condición mesiánica no hace sino esconder hipócritamente las mismas carencias de aquello que busca sistematizar y controlar. Yo, entre la Academia y lo nuevo, aunque sea virtual, siempre optaré por esto último. Porque me consta, no puede ser de otra manera, que el nuevo lenguaje de la arquitectura está todavía por llegar.

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