viernes, abril 16, 2010

La Virtud y la Propaganda


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

Le Corbusier expuesto.

Desde el Centro Barbican de Londres nos hablarán de Le Corbusier hasta el próximo 24 de mayo. No sólo es una exposición de obras, proyectos, muebles, escritos…, además organizarán conferencias, proyectarán películas, se realizarán conciertos, y todo tipo de eventos modernakos para convencernos de la tremenda importancia que tuvo este arquitecto en el mundo, y de su actualidad. De paso, nos comentarán su influencia en el proyecto del propio Centro Barbican, en su imagen y en su concepción. Una buena idea para la autopromoción es utilizar el caballo ganador. Le Corbusier y su obra, probablemente el tópico más manido en el mundo de la arquitectura del siglo XX. Parece que ahora tocará de nuevo su ensalzamiento y gloria, al menos durante los meses necesarios para rentabilizar la inversión.

En la promoción del Centro Barbican presentan a Le Corbusier como el arquitecto más influyente del siglo XX, célebre pensador, escritor y artista cuyas ideas radicales reinventaron el modo de vivir. El último urbanista utópico, el creador de la “arquitectura moderna”. El Mejor, el Más de lo Más, preocupado por lo Social, por el Hombre. Es difícil concebir alguien más políticamente correcto. En este mundo competitivo, es imprescindible hablar del primera figura, premiamos la originalidad, el protagonismo, el titular. Con este fin se utiliza la comparación del británico Curtis entre Le Corbusier y Picasso para presentarlos como originales reinventores del arte del siglo XX.

No comparto la invención de la reinvención, aunque desde luego es acertada la comparación por sus similitudes:
Son artistas que destacan en varios campos. Se definen a sí mismos utilizando apodos más comerciales que “Ruiz” o “Jeanneret-Gris”. Conviven en un mismo tiempo de movimientos revolucionarios. Observan con atención su entorno y con enorme talento prevén los éxitos de las dudas e intuiciones de sus contemporáneos. Utilizan esas brechas abiertas como campo para su trabajo. Son como los atletas de decatlon: infatigables, no son los mejores de nada, pero son buenos ejemplos de casi todo. Se convierten en figuras muy útiles para analizar los trabajos de su época. Porque los dos se convierten en alambiques de las vanguardias de su tiempo. Depuran lo mejor de lo que les rodea y en ambos casos tras sintetizarlo, consiguen transmitirlo y popularizarlo. Por último, los dos disponen de tanto ego como para coleccionar todo lo que les roza y asumirlo como propio. De este modo, generan y guardan material suficiente para llenar varios museos. Se consideran a sí mismos objeto de estudio, y consiguen serlo. No son inventores, en todo caso descubridores, y al asumir como propias las bases de los trabajos de su época se convierten en portavoces. Son intérpretes y a la vez catálogos de un nuevo mundo descubierto para el Arte, el del siglo XX. El mérito no tiene que ver con su originalidad (si la SGAE hubiese tenido voz, se habría frotado las manos viendo los plagios a Juan Gris, a las secciones de Melnikov, a los principios de los arquitectos italianos…), sino con su análisis y síntesis. Su importancia radica en haber conseguido abrir una nueva comunicación entre el mundo del Arte y el Gran Público, antes de que apareciese la televisión.

El suizo, en su momento fue una bomba. Con sus cinco puntos (pilotes, cubierta ajardinada, planta libre, ventana continua y fachada liberada de componente estructural), dinamitó los referentes de la composición clásica e introdujo una nueva manera de comprender y pensar en Arquitectura. Frente a las composiciones neo-loquequieras muy valoradas por cualquier poder nacional, se convirtió en la voz de una búsqueda de formas puras, desprovistas de adornos, limpias, en el camino iniciado por Loos. La claridad de los volúmenes definidos por elementos blancos es la mejor formalización de esta abstracción, además resultaba aclaradora en las ilustraciones en blanco y negro utilizadas para su publicación. El lenguaje que utilizaba, suscitaba el interés de sus contemporáneos, había captado dudas e inquietudes de su sociedad. La participación en Congresos Internacionales le permitió promover estos puntos hasta el extremo de poder hablar de un Movimiento Internacional. Por otro lado, la frialdad de estos planteamientos extremadamente abstractos se compensaba con la componente “social”. Así mientras su “Modulor” supone una recreación en las relaciones geométricas de proporción áurea entre los espacios proyectados y el teórico Hombre, utiliza el planteamiento funcional de la vivienda como “máquina de vivir”, enfatizando la esencia de vivir y obviando la máquina (que tanto le gustaba). Así se entendía años después de su muerte, y así lo siguen vendiendo.

Le Corbusier es el arquitecto más influyente del siglo XX, al menos en Europa, en el reducido círculo de los arquitectos de finales de siglo. En la Escuela de Arquitectura de Madrid, se hablaba de “el Corbu” la familiaridad del apodo cariñoso, como si se tratara de un emérito profesor, del amigo que acaba de salir de la cafetería. Era el centro de todo, era fundamental para empezar a hablar. Aprendías a dibujar con sus obras, utilizabas su lenguaje y su forma de representación. Lo impregnaba todo. Luego comenzabas la carrera. Así ha ocurrido con varias generaciones de arquitectos. En esa búsqueda de la verdad, de pureza, la huida de lo falso, permanece su influencia.

Sin embargo es necesario subrayar que este arquitecto, se lo pasaba todo por el forro cuando le parecía oportuno y en ello estribó su grandeza. Sus incongruencias se evitan en los análisis de los historiadores. Se compartimenta su obra o su pensamiento para extirpar los elementos disonantes. El clasificador de arquitectos busca una figura coherente, sin fisuras, redondo (como dicen los enólogos).

Así, quien defiende la validez de un movimiento internacional, decide que el Corbu no puede aparecer vinculado a un lugar como lo aparece en la capilla de Ronchamp. Quien defiende la importancia del Lugar, es capaz de sostener que la villa Saboya es un ejemplo de cuidada implantación pero no verá en Ronchamp un ejemplo útil para sus fines. El ultrafuncionalista sublimará la máquina de la Unidad de habitación, olvidando su cubierta, su sección o su alzado. El bestialista admira la “sinceridad del material” olvidando la repugnancia que manifestaba el arquitecto hacia los cuidadosos acabados de la construcción francesa. Los artistas se justificarán introduciendo su Modulor y los extrovertidos expresionistas admirarán sus últimas obras, afirmando que sus cinco puntos fueron veleidades de juventud. En cada lectura dirigida, aparecerán insultos por omisión.

Es momento de animar a quien no conozca a Le Corbusier, a que se anime a estudiarlo. Y un momento tan bueno como cualquier otro para revisar su obra. Pero estudiando toda su obra, porque precisamente en la aparente incoherencia, en su duda, es donde reside el interés. Un hombre que superó las reglas que él mismo impuso para hacer Arquitectura. Si nos quedáramos sólo con las reglas, no entenderíamos nada. Tan importantes como sus principios, son las ocasiones en las que se los salta, las excepciones, que también carecen de sentido sin los principios que se saltaba. Puede que la rígida lectura de su mensaje produjera la destrucción del Estilo Internacional. Por entonces “el Corbu” ya estaba en otra cosa, planeaba urbanismo para Oriente y seguía siendo excepcional.

Decía que es momento de animar, pero conscientes de que cuando el Centro Barbican nos presenta a Le Corbusier como la figura limpia y pura, el referente al que es preciso volver para analizar la arquitectura actual; algo huele a podrido. El mensaje (con la tabla de gimnasia matutina que practicaba Le Corbusier, incluida) puede ser sospechosamente plano y sencillo. Demasiado sano, simple y puro, da escalofríos tanta claridad de mensaje. Partiendo de su obra, se ha seguido trabajando y evolucionando. Debemos saber que en arte las cuestiones no se superan, pero sí se digieren y se asumen o se contradicen y se continúa. Considerar a Le Corbusier un inventor del Arte del Siglo XX, un generador de principios y de tópicos es una falta de respeto a su memoria y es el primer paso para deducir que lo actual es el fracaso de su desarrollo posterior, un fiasco. Fundamentos simples, atractivos y muy peligrosos en situaciones de crisis.

Vale.

0 Comments:

Publicar un comentario

<< Home