El Museo del Prado trae cola
"Autora: María López; publicado en soitu.es en septiembre de 2008"
Ver cualquier exposición del Museo del Prado es un reto al que miles de personas parecen encantadas de enfrentarse a diario. La actual política del museo, bajo la dirección de Miguel Zugaza, se ha propuesto aumentar la presencia de visitantes al Prado. Y, desde luego, que el objetivo se ha conseguido con creces.
Desde la inauguración de la famosa, polémica y, sobre todo, vulgar ampliación, las colas del Prado son parte del paisaje habitual en las inmediaciones del Museo.
Cada nueva exposición se celebra siguiendo el mismo ritual de peregrinación en sinuosas e interminables filas. También se organizan visitas privadas, de venta anticipada, media tarde gratis, aunque lo más buscado – y lo que te hace sentirte un poco más vip- es que te regalen una entrada, cuya ventaja, más que ahorrarte los seis euritos que cuesta, es entrar directamente al Museo observando con displicencia la cola que se agolpa frente a las taquillas.
Esto está muy bien. Todo el mundo dirá que es un buen síntoma de la sociedad que la gente acuda con tal fervor a uno de los mejores museos de pintura del mundo. Sin embargo, no creo que la situación sea tan idílica. Desde mi punto de vista, el Museo del Prado incurre en una grave irresponsabilidad propiciando la masíficación de las galerías. No hace falta ser un experto en conservación o en museografía para saber que tal acumulación de personas en la misma sala afecta profundamente a los cuadros, por no hablar de lo inútil que es intentar ver una pintura con otras quince personas a la vez, pugnando por acercarse. Si esto se refiere a los cuadros, el esfuerzo del Museo por resultar pedagógico mediante las cartelas es completamente inútil. Si no puedes ver un cuadro, cuanto menos la explicación escrita en letra diminuta sobre el cartón-pluma, lo que disuelve inmediatamente la presunta acción didáctica.
A todo esto, gracias a esa ampliación tan curiosamente planteada, en las salas próximas al vestíbulo de entrada, en el que conviven mostradores de información, librería (que merecería un capítulo aparte) y cafetería sin ningún tipo de separación, existe la posibilidad de que delante de un velázquez te llegue cierto aroma a café recién hecho y mixto-plancha…
Entonces, si esta forma de acercar “la cultura al pueblo” no es eficaz ni para la cultura ni para el pueblo, ¿cómo es posible que todo el mundo parezca encantado de esta gestión?.
Nos vemos en la de Rembrandt. Las colas comenzarán a partir del 15 de octubre.
Ver cualquier exposición del Museo del Prado es un reto al que miles de personas parecen encantadas de enfrentarse a diario. La actual política del museo, bajo la dirección de Miguel Zugaza, se ha propuesto aumentar la presencia de visitantes al Prado. Y, desde luego, que el objetivo se ha conseguido con creces.
Desde la inauguración de la famosa, polémica y, sobre todo, vulgar ampliación, las colas del Prado son parte del paisaje habitual en las inmediaciones del Museo.
Cada nueva exposición se celebra siguiendo el mismo ritual de peregrinación en sinuosas e interminables filas. También se organizan visitas privadas, de venta anticipada, media tarde gratis, aunque lo más buscado – y lo que te hace sentirte un poco más vip- es que te regalen una entrada, cuya ventaja, más que ahorrarte los seis euritos que cuesta, es entrar directamente al Museo observando con displicencia la cola que se agolpa frente a las taquillas.
Esto está muy bien. Todo el mundo dirá que es un buen síntoma de la sociedad que la gente acuda con tal fervor a uno de los mejores museos de pintura del mundo. Sin embargo, no creo que la situación sea tan idílica. Desde mi punto de vista, el Museo del Prado incurre en una grave irresponsabilidad propiciando la masíficación de las galerías. No hace falta ser un experto en conservación o en museografía para saber que tal acumulación de personas en la misma sala afecta profundamente a los cuadros, por no hablar de lo inútil que es intentar ver una pintura con otras quince personas a la vez, pugnando por acercarse. Si esto se refiere a los cuadros, el esfuerzo del Museo por resultar pedagógico mediante las cartelas es completamente inútil. Si no puedes ver un cuadro, cuanto menos la explicación escrita en letra diminuta sobre el cartón-pluma, lo que disuelve inmediatamente la presunta acción didáctica.
A todo esto, gracias a esa ampliación tan curiosamente planteada, en las salas próximas al vestíbulo de entrada, en el que conviven mostradores de información, librería (que merecería un capítulo aparte) y cafetería sin ningún tipo de separación, existe la posibilidad de que delante de un velázquez te llegue cierto aroma a café recién hecho y mixto-plancha…
Entonces, si esta forma de acercar “la cultura al pueblo” no es eficaz ni para la cultura ni para el pueblo, ¿cómo es posible que todo el mundo parezca encantado de esta gestión?.
Nos vemos en la de Rembrandt. Las colas comenzarán a partir del 15 de octubre.
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