Koolhaas Houselife
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en noviembre de 2008"
Parece increíble pero, a pesar de las intensas conexiones que muchos han señalado acertadamente entre nuestra querida profesión y el cine, las películas/documentales que tratan específicamente sobre arquitectura, suelen ser un auténtico tostón. No nos interesan ni a los propios arquitectos. Las aguantamos a duras penas con una estoica expresión de concentración máxima, a medio camino entre el estreñimiento severo y el sueño profundo. La película de Ila Beka y Louise Lemoine sobre la famosa Casa de Burdeos de Rem Koolhaas, es una magnífica excepción a esta norma.
El esquema más habitual de una película/documental sobre un edificio se resume a una sucesión de lentos movimientos de cámara recorriendo un supuestamente sugerente espacio arquitectónico. Picados, contrapicados, travelings y escorzos violentos nos pretender enseñar las intenciones expresivas profundas del artista. En algunos casos, se complementan estas visiones generales con planos más cortos de algunos detalles constructivos ingeniosos, como una barandilla o una ventana, en realidad bastante invisibles para el común de los mortales. Todo este batiburrillo de imágenes se suele acompañar de suave música clásica, para darle un aire todavía más trascendente a la cosa.
Una condición indispensable debe cumplir cualquier documental de arquitectura que se precie: Jamás deberá aparecer ningún ser humano que pueda arruinar la percepción de la obra. En resumen, una presentación tan excepcional del edificio en cuestión que, si algún imprudente espectador comete la ingenuidad de visitar físicamente el objeto de la película, se sentirá inexorablemente decepcionado. Le molestará la gente, la suciedad, el desorden,… la vida entera.
Hace un par de años pude ver una variante de este patrón general. El documental que hizo Sydney Pollack sobre su amigo Frank Gehry. En este caso, el director añadía al esquema tradicional, la exposición del método de trabajo del arquitecto. Podíamos ver a Gehry en su macro-estudio californiano colocando, ¡que digo!, mandando a un chinito muy servicial colocar pequeñas cartulinas plegadas con formas imposibles en la maqueta de su próximo edificio. Él, mientras tanto, contemplaba con expresión grave los sucesivos resultados de los ejercicios de papiroflexia oriental. Hasta que, finalmente y sin que nadie entendiera muy bien el motivo, exclamaba jubiloso: ¡Así, así; así está bien! Pues todavía peor. Si lo primero era soporífero, esto además, es mentira. O debería serlo.
Como decía, Koolhaas Houselife es otra cosa. La Casa de Burdeos es una de las últimas viviendas unifamiliares del arquitecto holandés. Reconocida de forma unánime y acertada por todos los estamentos de la crítica internacional como uno de los hitos de la arquitectura del siglo pasado, se la coloca junto viviendas tan importantes como la Villa Savoya de Le Corbusier o la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright. Es ciertamente magnífica, y su pesado volumen agujereado flotando literalmente sobre el paisaje boscoso de la periferia de Burdeos sigue sorprendiéndonos incluso a los que conocemos el secreto de la levitación.
Es una casa muy particular. Toda ella gira alrededor del hecho de que su propietario, el padre de familia, era minusválido. En una actitud típicamente “koolhaasniana”, si se me permite la expresión, en lugar de diseñar una vivienda horizontal en una sola planta, que hubiera sido la solución más convencional, el arquitecto no acepta esta limitación y pretende conceder a su cliente el milagro de la movilidad total. Y como (todavía) no es Dios, construye una ilusión radicalmente antagónica con la severa limitación del propietario. Una gran plataforma-habitación móvil se eleva y desciende, constituyéndose en el centro de la casa. No se trata de que comunique la tres plantas entre si, como haría un amplio ascensor por ejemplo. La plataforma-habitación completa físicamente la distribución de la vivienda en cada una de sus tres plantas, según la posición en que se detenga. Si el propietario no puede moverse libremente por las tres dimensiones del espacio arquitectónico de su casa, Koolhaas hace que sea la propia casa la que se mueva para permitir que el dueño, desde su estática posición, pueda disfrutar de sus diferentes estancias, vistas y orientaciones. Inteligentísima solución, que por supuesto responde perfectamente a las necesidades del propietario, a la vez que le libera de la tiranía de un desarrollo exclusivamente horizontal que, en el fondo, no haría sino hacerle más presente su limitación.
Ila Beka y Louise Lemoine podrían haberse limitado a contar todo esto en su película. Pero no. Hacen que la casa nos la enseñe Guadalupe, la extremeña que trabaja como mujer de la limpieza de este sofisticado artefacto. Vemos todo aquello que Koolhaas diseñó pormenorizadamente para monsieur a la vez que lo vemos chocar brutalmente con las labores diarias de mantenimiento. Somos testigos de cómo conviven en Guadalupe la admiración por una máquina especializada y las enormes dificultades que le provoca para realizar su trabajo genérico. Esa contradicción permanente nos ofrece infinidad de momentos con una gran carga humorística, que consiguen mostrarnos una casa vivida y vivible, en lugar de un objeto de culto intangible y abstracto, como tantas viviendas pseudo-decoradas que aparecen en las revistas de arquitectura e interiorismo.
La operación de la película es similar a la que concibió el arquitecto para la casa. Koolhaas consigue colocar el centro de coordenadas del universo en la plataforma/habitación de su habitante minusválido, para hacer que el mundo entero gire a su alrededor. Los directores construyen toda la estructura narrativa de su película desde otro punto insospechado de la casa: la actividad de la mujer de la limpieza. Curiosamente, desde esta perspectiva tan diversa, la película hace mucho consciente al espectador de la complejísima manipulación espacial realizada por el arquitecto de lo que hubiera conseguido cualquier explicación o imagen aséptica más convencional.
Excelente película o documental o lo que se quiera, que recomiendo con intensidad para todos los públicos. Incluso para reírse un rato sin más. A mí personalmente me ha servido para que mi mujer me perdone algunos defectillos que yo, desde mi modestia, había proyectado para ella en nuestra propia casa. ¡Si le pasa al holandés errante, que menos que nos ocurra a los demás¡
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