La maleta misteriosa
Publico yo mismo un divertido cuento que me envía Javier Boned, ya que el pobre parece tener ciertas dificultades con la accesibilidad al blog, que nuestra amada gerente no parece ser capaz de solucionar. Ahí va:
Era una tarde más en la rutinaria vida de aquel joven arquitecto, siempre que por “joven” pudiera entenderse todo aquel profesional que todavía no hubiera alcanzado la simbólica cifra de los cincuenta años, como bien estipulan las bases del concurso “La Tierra Media y sus jóvenes arquitectos”, referencia mundial en lo que se refiere a fijar la frontera donde termina sin remedio la palabra “juventud” en el terreno de la arquitectura.
Podía haber sido una tarde como otra cualquiera, pero aquel objeto encontrado en plena acera, a escasos metros de su casa, iba a cambiar su vida de forma definitiva. Allí se encontró con aquella maleta.
Una maleta solitaria en plena acera, una maleta de piel marrón, con todos los rasgos y formas que distinguen el objeto “maleta” de cualquier otro que no vaya destinado a albergar el equipaje de alguien que va a emprender un largo viaje.
La maleta parecía abandonada, no tener dueño, así que la tentación de coger aquel objeto y subirlo a su casa para ver el contenido hizo presa en aquel arquitecto desde el primer momento. Por tanto, disimulando como en las mejores películas del género, el arquitecto agarró por las asas el abandonado equipaje, notando al instante que su peso era en verdad excesivo. “Puff… cómo pesa esta puta maleta”, musitaba sudando nuestro personaje mientras subía cansinamente las escaleras hacia su apartamento. La curiosidad sobre el contenido de aquel bulto había superado el esfuerzo físico de ascender a pie los cuatro pisos que suponía el alcanzar aquel ático que le habían vendido a precio de oro, y que no tendría nunca ascensor, pues éste en concreto estaba prohibido por la ordenanza municipal. Empapado en sudor y arrastrando ya literalmente el pesado objeto, consiguió a duras penas llevarlo hasta el salón y cuando jadeando profusamente se dispuso a accionar el típico mecanismo de apertura, se produjo lo inesperado: de los agujeritos de aquel cierre surgió de pronto una imagen holográfica, tipo Luke Skywalker en la Guerra de las Galaxias, que se instauró, enfocándose con nitidez, en pleno centro de la estancia. La imagen tridimensional representaba una figura arcaica, como si se tratara de alguien de una muy remota civilización. Y ante la estupefacción de nuestro arquitecto, de la extraña figura surgieron estas palabras:
- ¡Hola, soy Néstoron, el portavoz del reino de Ilotor, la tierra de los iloto – arquitectos… y acabas de liberarme¡
- ¿…Cómo dices? ¿Néstoron, Ilotor…? ¿De qué me hablas…? – musitó, todavía jadeante, el arquitecto.
- Si, hombre, no te asustes; acabas de liberarme de una maldición milenaria que me tenía encerrado en esta maleta, y por tanto debo recompensarte.
- ¿Y… y de qué se trata esa recompensa? – balbuceó de nuevo el arquitecto.
- Pues es muy sencillo y se trata de un gran premio; podrás inscribirte como colaborador con las figuras–arquitecto más mediáticas del momento, en todos los concursos internacionales que quieras.
- ¿en…en serio?
- Sí hombre, sí, en todos los concursos que quieras. Pero tendrás que cumplir una pequeña condición a cambio.
- ¿Qué… Qué condición?
- Que todos los días de tu vida a partir de hoy, al dar las doce de la noche, deberás bajar esta maleta al lugar donde la encontraste, dejar transcurrir una hora y después volver a subirla aquí. Esta es la condición de Néstoron.
- ¿Sólo eso? – preguntó al arquitecto, ya mucho más calmado.
- Sí, sólo eso, pero ten en cuenta que si fallas un solo día, se te quitará el premio concedido y la maldición de Ilotor caerá sobre ti.
.- Está bien, está bien, te prometo que no me ocurrirá.
Dicho esto, la extraña figura desapareció como por arte de magia, y el arquitecto permaneció en pie, observando la maleta, ese objeto que había sido vehículo de aquel maravilloso mensaje. Se sentía feliz. ¡Por fin! ¡Poder presentarse a los mejores concursos del planeta como colaborador de los arquitectos más mediáticos! El arquitecto no cabía en sí de gozo.
Al día siguiente, el arquitecto se levantó y comenzó rápidamente a escribir correos a todos los arquitectos famosos del mundo, ofreciendo sus servicios, sabiendo que esto tendría todos sus frutos, pues se le había asegurado aquel premio. Y así fue, la respuesta no se hizo esperar. Todos respondieron; Foster& Foster, Colas & Colas, Roger & Piánolla, Herzov y Demarron, Tokoito & Tedeando, Muñón, Prensilla y Asociados, etc… Allí estaban todos, encantados con la propuesta de colaboración. Es cierto que en todas las respuestas las condiciones de colaboración eran un tanto digamos… “esclavizantes” para nuestro joven arquitecto, pero nada de esto parecía importarle, más bien todo lo contrario. Por fin iba a ser la envidia de todos los arquitectos de la ciudad, al fin podría desquitarse de años y años de no ser nadie, de chupar pasillo en la administración local en busca de encargos alimenticios, por fin su nombre iba a parecer en los papeles de las principales revistas de arquitectura del mundo. Para aquel arquitecto, la vida comenzaba a tener un sentido, y todo gracias a la misteriosa maleta.
Un año más tarde…
… Los últimos que le han visto dicen que está muy desmejorado, que es preocupante su estado de salud. Todos los días se le ve en algún periódico, junto a algún arquitecto famoso, radiante y lleno de orgullo, desproticando de sus infelices colegas, mediocres y envidiosos, que nunca llegarán a su altura. Pero la verdad es que los más afines, extrañados, se preguntan por qué aquel arquitecto desparece a las doce menos cuarto de donde se encuentre y aparece, jadeando, hora y media más tarde. Nadie sabe qué hace en este intervalo, pero los rumores sobre un inminente infarto del personaje cada vez parecen más fundados.
Nadie sabe del terrible peso de aquella maleta, y de que las ordenanzas municipales sobre la prohibición de ascensores en la zona donde el arquitecto habita tienen carácter vitalicio.
Podía haber sido una tarde como otra cualquiera, pero aquel objeto encontrado en plena acera, a escasos metros de su casa, iba a cambiar su vida de forma definitiva. Allí se encontró con aquella maleta.
Una maleta solitaria en plena acera, una maleta de piel marrón, con todos los rasgos y formas que distinguen el objeto “maleta” de cualquier otro que no vaya destinado a albergar el equipaje de alguien que va a emprender un largo viaje.
La maleta parecía abandonada, no tener dueño, así que la tentación de coger aquel objeto y subirlo a su casa para ver el contenido hizo presa en aquel arquitecto desde el primer momento. Por tanto, disimulando como en las mejores películas del género, el arquitecto agarró por las asas el abandonado equipaje, notando al instante que su peso era en verdad excesivo. “Puff… cómo pesa esta puta maleta”, musitaba sudando nuestro personaje mientras subía cansinamente las escaleras hacia su apartamento. La curiosidad sobre el contenido de aquel bulto había superado el esfuerzo físico de ascender a pie los cuatro pisos que suponía el alcanzar aquel ático que le habían vendido a precio de oro, y que no tendría nunca ascensor, pues éste en concreto estaba prohibido por la ordenanza municipal. Empapado en sudor y arrastrando ya literalmente el pesado objeto, consiguió a duras penas llevarlo hasta el salón y cuando jadeando profusamente se dispuso a accionar el típico mecanismo de apertura, se produjo lo inesperado: de los agujeritos de aquel cierre surgió de pronto una imagen holográfica, tipo Luke Skywalker en la Guerra de las Galaxias, que se instauró, enfocándose con nitidez, en pleno centro de la estancia. La imagen tridimensional representaba una figura arcaica, como si se tratara de alguien de una muy remota civilización. Y ante la estupefacción de nuestro arquitecto, de la extraña figura surgieron estas palabras:
- ¡Hola, soy Néstoron, el portavoz del reino de Ilotor, la tierra de los iloto – arquitectos… y acabas de liberarme¡
- ¿…Cómo dices? ¿Néstoron, Ilotor…? ¿De qué me hablas…? – musitó, todavía jadeante, el arquitecto.
- Si, hombre, no te asustes; acabas de liberarme de una maldición milenaria que me tenía encerrado en esta maleta, y por tanto debo recompensarte.
- ¿Y… y de qué se trata esa recompensa? – balbuceó de nuevo el arquitecto.
- Pues es muy sencillo y se trata de un gran premio; podrás inscribirte como colaborador con las figuras–arquitecto más mediáticas del momento, en todos los concursos internacionales que quieras.
- ¿en…en serio?
- Sí hombre, sí, en todos los concursos que quieras. Pero tendrás que cumplir una pequeña condición a cambio.
- ¿Qué… Qué condición?
- Que todos los días de tu vida a partir de hoy, al dar las doce de la noche, deberás bajar esta maleta al lugar donde la encontraste, dejar transcurrir una hora y después volver a subirla aquí. Esta es la condición de Néstoron.
- ¿Sólo eso? – preguntó al arquitecto, ya mucho más calmado.
- Sí, sólo eso, pero ten en cuenta que si fallas un solo día, se te quitará el premio concedido y la maldición de Ilotor caerá sobre ti.
.- Está bien, está bien, te prometo que no me ocurrirá.
Dicho esto, la extraña figura desapareció como por arte de magia, y el arquitecto permaneció en pie, observando la maleta, ese objeto que había sido vehículo de aquel maravilloso mensaje. Se sentía feliz. ¡Por fin! ¡Poder presentarse a los mejores concursos del planeta como colaborador de los arquitectos más mediáticos! El arquitecto no cabía en sí de gozo.
Al día siguiente, el arquitecto se levantó y comenzó rápidamente a escribir correos a todos los arquitectos famosos del mundo, ofreciendo sus servicios, sabiendo que esto tendría todos sus frutos, pues se le había asegurado aquel premio. Y así fue, la respuesta no se hizo esperar. Todos respondieron; Foster& Foster, Colas & Colas, Roger & Piánolla, Herzov y Demarron, Tokoito & Tedeando, Muñón, Prensilla y Asociados, etc… Allí estaban todos, encantados con la propuesta de colaboración. Es cierto que en todas las respuestas las condiciones de colaboración eran un tanto digamos… “esclavizantes” para nuestro joven arquitecto, pero nada de esto parecía importarle, más bien todo lo contrario. Por fin iba a ser la envidia de todos los arquitectos de la ciudad, al fin podría desquitarse de años y años de no ser nadie, de chupar pasillo en la administración local en busca de encargos alimenticios, por fin su nombre iba a parecer en los papeles de las principales revistas de arquitectura del mundo. Para aquel arquitecto, la vida comenzaba a tener un sentido, y todo gracias a la misteriosa maleta.
Un año más tarde…
… Los últimos que le han visto dicen que está muy desmejorado, que es preocupante su estado de salud. Todos los días se le ve en algún periódico, junto a algún arquitecto famoso, radiante y lleno de orgullo, desproticando de sus infelices colegas, mediocres y envidiosos, que nunca llegarán a su altura. Pero la verdad es que los más afines, extrañados, se preguntan por qué aquel arquitecto desparece a las doce menos cuarto de donde se encuentre y aparece, jadeando, hora y media más tarde. Nadie sabe qué hace en este intervalo, pero los rumores sobre un inminente infarto del personaje cada vez parecen más fundados.
Nadie sabe del terrible peso de aquella maleta, y de que las ordenanzas municipales sobre la prohibición de ascensores en la zona donde el arquitecto habita tienen carácter vitalicio.
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