Pía
Ayer llevé a Hugo al Bernabeu por primera vez. Solo tenía un carnet de sobra por lo que tuve que elegir entre mis vástagos al afortunado que me iba acompañar a tan magno acontecimiento. En un ejercicio de machismo anacrónico, lo sé y pido disculpas por ello, el agraciado fue Hugo en lugar de Pía (de momento Sofía no entraba en el sorteo). Es chico, es el mayor,... en fin, había algunas razones para ello. El caso es que los lloros y protestas de Pía en el momento de la partida hacia el campo fueron de órdago y solo fueron mínimamente amainados con el compromiso ineludible de ser ella la seleccionada en la siguiente ocasión. La velada resultó maravillosa, animada, muchos goles, victoria aplastante, etc..., especialmente diseñada para un niño.
Esta mañana durante mi recorrido habitual de reparto de pequeños a sus diversos colegios, el drama continuaba. Mientras Hugo cantaba con una amplia sonrisa condescendiente, las excelencias de la noche futbolera de adulto, Pía iba aumentando el volumen de sus protestas. Inicialmente suavemente quejumbrosas, después llorosas, para terminar en completamente histéricas. Por más que le ratificaba mi absoluta decisión de cumplir el compromiso adquirido, nada parecía poder detener el torrente de lágrimas, mocos, babas y gritos que salían de su boca.
Hasta que súbitamente, sin que todavía encuentre razón para ello, se hizo el silencio absoluto. Unos eternos segundos después, justo cuando iba a girarme preocupado hacia los asientos traseros para comprobar que todo el mundo seguía con vida, Pía me pregunta con voz calmada y pausada: Papá, ¿por qué es tan importante el fútbol?.
No he podido dejar de pensar en aquella vieja campaña publicitaria del "Aleti"... Pero, a más a más, como dirían en catalañol.
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