miércoles, junio 02, 2010

LA “ARQUITECTURA – MAYORDOMO”


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en mayo de 2009"

En las páginas de “Tribuna” de un diario nacional, y bajo el título “La arquitectura como espectáculo”, el insigne literato D. Mario Vargas Llosa se permite unos comentarios sobre la arquitectura que merece la pena reseñar, o que al menos incitan a una pequeña reflexión.
Tras una serie de visitas a museos de toda índole y condición, y sobre todo tras su última experiencia en el museo de las artes de África, Asia, América y Oceanía, situado en el Quai Branly de París y obra del famoso arquitecto Jean Nouvel, el escritor peruano esgrime la siguiente conclusión: “…Los buenos museos deberían ser como los buenos mayordomos, invisibles. Deberían existir tan sólo para dar relieve, presencia y atractivo a lo que exhiben, y no para exhibirse a sí mismos y apabullar con su histrionismo a los cuadros, esculturas, instalaciones u objetos que albergan”.
Viniendo de un hombre culto como Vargas Llosa, no deja de ser inquietante que se demande de la arquitectura no ya una utilidad, sino un servilismo, basando esta demanda en lo que el escritor considera una intromisión de lo arquitectónico en la percepción y comprensión del resto de las artes. De nuevo la hostilidad hacia la arquitectura de autor hace su aparición, esta vez basada en un argumento de tintes aristocráticos.
Pero es que además del servilismo y del “estar para todo en todo momento” que significa la presencia de un mayordomo, se le pide que sea invisible, es decir, un servilismo que no se note. Esto sí que es magia, señor Vargas Llosa, y no la “sistemática sustitución del fondo por la forma” a la que usted alude y tanto le molesta.
Es decir, que usted está demandando de la arquitectura de los museos (y me temo que por extensión de la arquitectura en general) un servilismo elitista y discreto de carácter individual y personalizado (lo que es un mayordomo) para los que se supone son capaces de disfrutar de la alta cultura de los contenidos que el edificio alberga, y a los que molesta profundamente, debido a su aristocrática existencia, que cualquier intromisión de tipo arquitectónico (no definida por usted, por cierto) empañe o distorsione su espiritual experiencia.
Pues mire usted, señor Vargas Llosa, resulta que el espacio arquitectónico no puede desaparecer de repente, y que a lo largo de la Historia siempre ha existido y existirá un inevitable diálogo entre continente y contenido en los edificios destinados a museos, y que se ha ido resolviendo de múltiples maneras. No creo que el Museo del Prado, con su maravillosa rotonda de entrada, su espacio longitudinal abovedado y su galería de cristal de dudosa utilidad sea un mal museo de arte, la verdad (y eso que en un principio era Museo de Ciencias), ni el Louvre, ni el Metropolitan de Nueva York, ni el museo Británico, ni el Altes de Berlín, con sus respectivos lenguajes en cada momento, ni que sus arquitectos hayan servido a alguien. Y exactamente lo mismo podría decir de los museos modernos, Guggenheim incluido.
Tan sólo en un momento dado el señor Vargas Llosa se permite un halago hacia dos museos del arquitecto Renzo Piano, el Museo de Houston y la Fundación Bayeler, a los que se refiere como “… limpios espacios, de atmósfera serena y sigilosa, ejemplo de sencillez y discreción…” El servilismo del mayordomo en clave de asepsia espacial, diría yo, valorando siempre como buena arquitectura esos espacios blancos neutros en condiciones precisas de presión y temperatura, que sirven para exponer cualquier cosa. Esto es lo único que se está dispuesto a entender.
Y es que en mi opinión el problema estriba en intentar disociar la experiencia espacial de cualquier otra experiencia, salvo que entendamos que para comprender el arte africano la única posibilidad es meterse en una cámara oscura donde las fantásticas estatuillas del Congo belga se mantengan en flotación, iluminadas por un haz de luz de luminaria invisible, ambiente que nos transportará místicamente a un etnográfico viaje interior.
Pero usted, señor Vargas Llosa, no se refiere a este mundo virtual, que desde luego también podría ser interesante. Usted lo que quiere es que la arquitectura no le moleste, porque la arquitectura no es cuestión suya. Viniendo, como digo, de alguien tan intelectual como usted y al que tanto admiro como escritor, el asunto no deja de ser inquietante. ¿Qué extraña obsesión alimenta estas fobias hacia el arquitecto – autor? ¿Por qué no se termina de admitir que un edificio pueda mostrar un lenguaje y unas intenciones determinadas, una forma personal de entender el mundo? ¿Por qué el espacio en un museo no puede ser tan “espectacular” como las piezas de porcelana china que albergan sus vitrinas?
El problema es el desconocimiento que se tiene de la arquitectura, en concreto de la arquitectura moderna, y que se torna en hostilidad hacia todo lo que huela a autoría o exceso de protagonismo por parte del arquitecto. Los que entienden la arquitectura y la disfrutan en todas sus manifestaciones, incluso en las más radicales, no necesitan mayordomos.
Además, es bien sabido que mayordomos invisibles, lo que se dice invisibles, ya no quedan.

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