domingo, junio 06, 2010

Foster o “¿arquitectura? No problemo”

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en mayo de 2009"

Como dijo Trillo (y otros muchos antes que él), “acato la sentencia, pero no la comparto”. Por educación felicitaremos a Lord Foster por una nueva muesca en su gigantesco revolver de reconocimientos, pero siento una profunda desilusión por la concesión de nuestro Príncipe de Asturias de las Artes a este prolífico profesional británico.
No estamos ante un caso como el Pritzker de Zumthor. Podemos estar más o menos de acuerdo con la peculiar manera entender la arquitectura del suizo. Pero es indudable la calidad de cada una de sus obras, su preocupación intensa por la disciplina, y la importancia de conocer en profundidad sus planteamientos (incluso para ser capaces de rebatirlos).
Los motivos de mi decepción no tienen que ver con la enormidad de su producción planetaria ni con su pertenencia o no al denostado star-system de la arquitectura. A pesar de lo que se diga de ellos, en la mayoría de los casos, con más resentimiento y envidia que conocimiento, hay muchos haciendo las cosas muy bien por ahí. Mi decepción se fundamenta en que Foster, sobretodo el Foster de 20 años para acá, representa como nadie una actitud tremendamente perniciosa frente al problema de la arquitectura actual: para él, el problema, simplemente no existe; que me piden tecnología, yo se la doy; que ustedes la quieren ecológica, yo como el que más; que necesitan un icono,…como éste. Y todo ello con un pragmatismo y eficacia simplemente insultante. Intentaré explicarme:
- A finales de los años 60 y los 70, representó junto a Richard Rogers a aquella corriente que se denominó high-tech (alta tecnología). Una especie de coletazo del brutalismo británico que defendía que los edificios debían manifestar con sinceridad y claridad la manera en que estaban concebidos y construidos. El avance tecnológico había alcanzado ya por aquellas fechas la vertiginosa velocidad de crucero en la que estamos implantados en la actualidad. Las edificaciones mostraban orgullosas sus novedosas soluciones para estructuras, instalaciones y cerramientos de todo tipo. Quizás el ejemplo más paradigmático de aquella tendencia fue el excelente Centro Pompidou de Piano y Rogers en París.
- Al contrario que muchos de sus compañeros de viaje, Foster abandonó muy pronto esta fértil preocupación por la relación entre la tecnología constructiva que alojaba la arquitectura y su configuración física final. Separó el problema en dos (exactamente como estaba antes). Por supuesto sus edificios siguen estando dotados de las más caras y avanzadas soluciones ingenieriles de cada momento. Magníficas y necesarias. Pero ahora ya no son ellas las que determinan la forma de la arquitectura, sino que vuelven a esconderse con maestría en un volumen previo fijado desde otros parámetros.
- Para determinar esos otros parámetros Foster recurre a unos conceptos extremadamente clásicos y simplones de la arquitectura: simetría, equilibrio, ritmo y composición. El mérito (caso de existir) de su ampliación del Parlamento Alemán en Berlín, o del pepino de Londres, o de la sede la McLaren, o del ecológico rascacielos Hearst de Nueva York o de su propuesta para Moscú, es exclusivamente la destreza con la que hace desaparecer toda las tecnología que sin duda está presente en el limpio, puro y simple volumen edificado (Recuerdo que hace muchos años pasé una hora de reloj intentando descubrir como evacuaba el agua de lluvia del interior de su polémica cúpula del Reichstag. Al final lo descubrí, creo)
- Me cuesta mucho encontrar diferencias entre la actual producción de Foster y los gigantescos, asépticos e impersonales consultings, mayoritariamente norteamericanos, ejecutores impecables de los mayores rascacielos y grandes superficies del planeta. Para ellos la arquitectura es, en el mejor de los casos, un molesto envoltorio superficial, con una misión suavemente representativa (siempre que no afecte demasiado al presupuesto global). A pesar de lo que pudiera parecer, la única diferencia entre esta manera de hacer arquitectura y la de las isotrópicas manzanas de viviendas de ladrillo de nuestros planes parciales, o la de las hileras de adosados infinitas de nuestras periferias suburbanas, es un ligero aumento de la calidad de los materiales puestos en obra (y del presupuesto claro).
Hace años que no se habla en una escuela de arquitectura de Foster. Simplemente porque no hay nada, ni bueno ni malo que decir. Tal y como él pretendía por otra parte. Un buen profesional supongo. Caro, imagino. Y con una fama desproporcionada a sus méritos reales como arquitecto; debida fundamentalmente a unas obras iniciales de su carrera, como la Biblioteca de Nimes o el Banco de Hong Kong, cuando todavía pensaba que sí había un problema en la arquitectura.
Hace tiempo que miro con mucha más curiosidad distante sus puentes, su pasarela del milenio frente a la Tate londinense, o incluso su ingeniosa solución para las gasolineras de Repsol, que cualquiera de sus propuestas edificatorias y no digamos urbanísticas en las que los viejos principios del clasicismo más severo no saben ni donde agarrarse (el que tenga interés que busque su última propuesta para la regeneración de una amplia zona de Estocolmo).
Pero en fin. Dicen que la importancia y relevancia de los premios la construyen los galardonados a lo largo de los años. Desde ese punto de vista, y con la honrosa e inexplicable excepción de Sáenz de Oíza, el Príncipe de Asturias ha reunido bajo el mismo techo a Niemeyer, Calatrava y, ahora, Foster. Un palmarés de arquitectos que define claramente lo que entienden y, sobretodo, lo que les interesa la arquitectura a los pajaritos del jurado.

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