miércoles, abril 04, 2007

DODOT


La vida se empeña en destruir mis tristes sueños en un alarde de crueldad intolerable. Yo siempre he querido ser un Parada. Mi último salto al vacío (en este caso bastante literal) en la persecución de esta inocente meta ha sido el kite surf.


He seguido a Alfonso hasta Fuerteventura, a la Playa de Sotavento (menos mal, que si llega a ser la de Barlovento, no escribo estas líneas). He atado mi cuerpo, mi destino, mi vida entera a un arnés enganchado a una indómita cometita de diez metros cuadrados. He sido arrastrado, golpeado, elevado y destrozado por toda la arena de la playa. Me he convertido en atún pescado con anzuelo desde una lancha rápida haciendo body drag. He bebido litros de agua del Atlántico sin pestañear. He luchado contra las olas con el maldito water start. He conseguido navegar décimas de segundo preciosas que en el recuerdo se convierten en horas. He sido, en resumen, zarandeado, golpeado, agotado, humillado y maltratado, todo ello con una sonrisa, una profunda satisfacción íntima, porque me acercaba a mi sueño. Vencía a mi condición, a mi cualidad, a mi edad,… a mi destino.


Con el reposo llegan los dolores. Aquellos que la adrenalina de la victoria ha ocultado. Y entre todos ellos, uno más agudo, cada vez más agudo, en el dedo índice del pie izquierdo. Cojera, cada vez más pronunciada. En un nuevo alarde, en este caso más propio de mi naturaleza, doy un giro interpretativo a los acontecimientos para seguir alimentando mi leyenda: “¿Quién no sufre secuelas después de practicar deportes de riesgo? El propio José se destrozó un pie haciendo esto mismo. Este dolor va a suponer mi entrada definitiva en el selecto club de los elegidos. Cuanto más duela, más heroica mi hazaña”.


Sin embargo, en un momento de debilidad, cuando el dolor es casi insoportable, o eso me parece a mí por lo menos, me voy al hospital. El médico aprecia mi cojera, posiblemente sobreactuada ligeramente para llenar de dramatismo la escena; le cuento enterita mi experiencia con el kite, exagerando adecuadamente mi habilidades, y le aporto mi diagnóstico propio: “Creo que tengo algo roto en el dedo. Es normal, no se preocupe. Todos los que practicamos deporte a este nivel nos rompemos cosas. Es la única forma de aprender.”


El médico, con esa expresión plana que solo ellos saben poner, ha escuchado pacientemente toda mi disquisición, vuelve a examinar la radiografía que me acaban de hacer, y me lanza su sentencia demoledora: “No hay lesión ósea. Tiene usted GOTA.”


Que decepción, que humillación. Un surfer con gota. Solo acerté a balbucear algo relativo a lo poco honroso y heroico del diagnóstico. Y en los ojos sonrientes del galeno me pareció detectar el suave destello burlesco de mis queridos y admirados Paradas.


Volveré. Parapente o para lo que sea.

2 Comments:

Blogger isidro said...

A mi me ha pasado exactamente lo mismo pero amarrado a una mujer. Lo más triste es que no se como quitarme la adicción y aún siento ganas de llevarme unas cuantas hostias más...

15 abril, 2007  
Blogger Diego Fullaondo said...

Yo me iria al médico. Conseguiría un diagnóstico radicalmente diferente del que esperas; mucho menos heroico, pero seguramente mucho más real. Y finalmente, cambiaría de afición, para, al menos, romperme, otros huesos.
Suerte

15 abril, 2007  

Publicar un comentario

<< Home