martes, junio 05, 2007

A vueltas con la generosidad



Es una opinión bastante generalizada en este momento la crítica desaforada a la proliferación de actos sociales a los que nos vemos empujados cada vez con mayor frecuencia en estos tiempos de capitalismo desenfrenado. Afirman los puristas, generalmente desde la propia mesa donde están dando cuenta de un suculento solomillo adecuadamente regado con un excelente rioja: “¡Es una vergüenza esto de tener que celebrar también las primeras comuniones y los bautizos como si fueran bodas!” Personalmente, discrepo.

Me gustan la mayor parte de los actos sociales. Cualquier excusa para reunirse y celebrar me parece acertada. Me interesa poco si es o no lo correcto; si le resta o no significado al acto en cuestión; o si soy un esclavo del consumismo superficial que nos rodea. En general, no es difícil detectar algún alma hermana entre la bruma social, generalmente cerca de la zona del bar. Creo firmemente en la celebración de la vida que acompaña a los siete sacramentos de la religión católica, desde el bautismo hasta la extremaución.

La generosidad, o más bien, la ausencia de la misma, fue el tema de conversación de la última reunión a la que he tenido el placer de asistir. Afirmaba mi compañero de mesa, más escritor que arquitecto en la actualidad, según sus propias palabras, que la competitividad extrema en la que estamos sumidos, ha invadido completamente el espacio de la generosidad. El tema se encuadraba dentro del campo de la docencia, de la transmisión del conocimiento en general. Según Salva, la presión es tan asfixiante, la competición tan dura, que ya nadie ofrece nada, si no es a cambio de otra cosa, dinero, prestigio, reconocimiento, etc…

No estoy del todo de acuerdo con esta explicación tan “mercantil” del proceso. No lo suelo estar con ninguna explicación “económico/mercantilista” de los procesos humanos, precisamente porque suelen ser argumentaciones demasiado sólidas, demasiado empíricas, insultantemente irrefutables e impúdicamente realistas. Sin esperanza. No son, y lo que es más importante, no deben ser, ciertas.

El acto de transmisión generosa presupone tres cuestiones por parte de “dador”: En primer lugar, la posesión del bien a transmitir. Nadie puede dar lo que no tiene (estoy seguro de que hay un delito penal que recoge estas actividades). Es más, solo se puede entregar lo que te sobra, o bien porque tengas mucho más o bien porque sepas donde conseguir más. Entregar algo que hace falta para vivir, no es una cuestión de generosidad; es una irresponsabilidad, o un suicidio, o una heroicidad o la búsqueda de la santidad. En segundo lugar, en el “dador” se presupone también la valoración de lo transmitido, estrictamente en si mismo. Dar algo que no se valora, tampoco es generosidad: puede ir desde la caridad hasta el engaño. Y finalmente una cierta afinidad, confianza y complicidad con el otro, con el receptor.

Concretamente en el terreno de la docencia (aunque creo que las conclusiones son bastante extrapolables a otros campos) el intercambio generoso se está viendo afectado más que por el aumento desaforado de la competitividad que comentaba Salva, por la ausencia de estos presupuestos. En general, la gente sabe poco, con lo cual poco puede dar. Llega muy justita a fin de mes. No hay un aprecio por el conocimiento en si mismo, con lo cual, lo poco que sé, para qué lo voy a dar, ¡si es prácticamente inútil; nocivo incluso!. Y finalmente, esta falta de conocimiento y de interés por el conocimiento, hace percibir al otro como un enemigo que amenaza nuestra débil farsa, más que como un insustituible cómplice para seguir aprendiendo.

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