La felicidad
Puede que me haya excedido en la lectura de libros de autoayuda como “¿quién se ha comido mi queso?”. Lo cierto es que se me ha ocurrido una idea, bastante peregrina, como casi todas las que suelen aparecer en este tipo de publicaciones. ¿Cuándo, cómo y porqué nos sentimos felices?
Tres son las situaciones diferentes que deben coincidir para que sintamos esa extraña sensación que es la felicidad. Querer hacer algo, poder hacerlo y, finalmente, deber hacerlo. Confundimos en demasiadas ocasiones estas tres acciones diferentes y lo que es más grave, minusvaloramos unas con respecto a otras, en la ingenua creencia de que alguna de ellas en solitario o por parejas, nos proporcionará la satisfacción deseada.
El “querer” es la más incontrolable y errática de las tres acciones. Pocas reglas o mecanismos de control, para dirigir la capacidad de desear de cada uno. El “poder”, es una cuestión genética, o formativa o, en el peor de los casos, de suerte. Es enorme la sensación de frustación que sentimos cuando somos conscientes, por la razón que sea, de que no tenemos ni siquiera en potencia, la posibilidad de satisfacción del deseo. Valga como ejemplo la enorme impotencia de niños y adolescentes cuando no pueden hacer alguna cosa exclusivamente por razones de edad, o fuerza física o inmadurez. Y finalmente, el “deber”. La más compleja de las tres situaciones. En función de nuestra historia y geografía pasada, desarrollamos todo un entramado de reglas, compromisos e incluso expectativas, que pre-configuran lo que debe ser nuestro comportamiento futuro. Cuando nuestros actos niegan este plan previo, la sensación de remordimiento o la puesta en cuestión definitiva de todas las premisas anteriores, rebajan de forma importante la sensación de felicidad. De nuevo el ejemplo de la infancia: al tener ésta un nivel de compromiso muy inferior al de los adultos (acertada o equívocamente), la satisfacción de sus deseos se ve rara vez entorpecida por planes o expectativas previas.
Es por tanto, muy complicado que confluyan en un solo instante estas tres situaciones: querer, poder y deber. Y por ese mismo motivo son tan especiales y tan recordados los momentos en los que se produce la mágica tríada.
Si la solución para obtener más felicidad (si entendemos que esto es positivo) consiste en aumentar nuestra capacidad de desear cosas diferentes, o formarnos intensamente para tener las máximas potencialidades, o minimizar nuestros compromisos o expectativas a priorísticas, lo dejo para algún agudo autor de ediciones de bolsillo de los libros de autoayuda que antes mencionaba. Yo por mi parte, continuaré por este valle de lágrimas, buscando esos difíciles tri-momentos (que, he de decir, a mi sí me gusta que estén bastante escondidos).
Tres son las situaciones diferentes que deben coincidir para que sintamos esa extraña sensación que es la felicidad. Querer hacer algo, poder hacerlo y, finalmente, deber hacerlo. Confundimos en demasiadas ocasiones estas tres acciones diferentes y lo que es más grave, minusvaloramos unas con respecto a otras, en la ingenua creencia de que alguna de ellas en solitario o por parejas, nos proporcionará la satisfacción deseada.
El “querer” es la más incontrolable y errática de las tres acciones. Pocas reglas o mecanismos de control, para dirigir la capacidad de desear de cada uno. El “poder”, es una cuestión genética, o formativa o, en el peor de los casos, de suerte. Es enorme la sensación de frustación que sentimos cuando somos conscientes, por la razón que sea, de que no tenemos ni siquiera en potencia, la posibilidad de satisfacción del deseo. Valga como ejemplo la enorme impotencia de niños y adolescentes cuando no pueden hacer alguna cosa exclusivamente por razones de edad, o fuerza física o inmadurez. Y finalmente, el “deber”. La más compleja de las tres situaciones. En función de nuestra historia y geografía pasada, desarrollamos todo un entramado de reglas, compromisos e incluso expectativas, que pre-configuran lo que debe ser nuestro comportamiento futuro. Cuando nuestros actos niegan este plan previo, la sensación de remordimiento o la puesta en cuestión definitiva de todas las premisas anteriores, rebajan de forma importante la sensación de felicidad. De nuevo el ejemplo de la infancia: al tener ésta un nivel de compromiso muy inferior al de los adultos (acertada o equívocamente), la satisfacción de sus deseos se ve rara vez entorpecida por planes o expectativas previas.
Es por tanto, muy complicado que confluyan en un solo instante estas tres situaciones: querer, poder y deber. Y por ese mismo motivo son tan especiales y tan recordados los momentos en los que se produce la mágica tríada.
Si la solución para obtener más felicidad (si entendemos que esto es positivo) consiste en aumentar nuestra capacidad de desear cosas diferentes, o formarnos intensamente para tener las máximas potencialidades, o minimizar nuestros compromisos o expectativas a priorísticas, lo dejo para algún agudo autor de ediciones de bolsillo de los libros de autoayuda que antes mencionaba. Yo por mi parte, continuaré por este valle de lágrimas, buscando esos difíciles tri-momentos (que, he de decir, a mi sí me gusta que estén bastante escondidos).
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